Ya que entre semana parece ser que a eso de las 8 de la tarde aparecen los Morlocks y la gente desaparece, lo que hace que poco a poco lleves una vida de monje cisterciense, te queda el fin de semana para tener algo de vida y poder descubrir qué hay más allá de las fronteras de Penonomé, así que montados en nuestro flamante Kia Rio decidimos acercarnos a una de las playas que nos han recomendado, Playa Blanca, en el Pacífico, a unos 20 minutos de aquí.
Una vez que estás de camino por la autovía Panamericana vas fijándote bien, por que como ya comenté, los carteles no... no hay costumbre de poner muchos que digamos, así que logicamente nos pasamos, pero por suerte no hubo que hacer uso de los "retornos" por que a los pocos kilómetros está la entrada a otra playa, Farallón, que aunque el nombre no es tan sugerente, no está nada mal.
Para llegar a la playa tienes que pasar por algunas urbanizaciones de estas que ves en los carteles de "¡Ven a Panamá!", y bajar por una carretera que no sabes si llegarás a la playa o aparecerás en Pernambuco, y aunque estábamos convencidos de lo segundo, llegamos al fin, aunque al asomarnos vimos una desembocadura de un río y a gente muy muy lejos, así que volvimos al coche y decidimos preguntar por que la búsqueda podría ser eterna.
Al final nos dijeron cómo llegar al acceso público y previo pago de 25 centésimos de Balboa a unas señoras cuya función aún estamos tratando de descubrir, entramos en la playa de Farallón.
La playa es curiosa, se podría decir que está dividida en dos partes. Hay una de arena blanca y limpia, que casualmente, y la naturaleza lo hizo así, está justo delante de los resorts donde se alojan los guiris, y otra parte de arena más oscura y algo sucia, que es donde se ponen los panameños.
Ejemplo de arena blanca y resorts. Ejemplo de arena no tan blanca.
En cualquier caso, son kilómetros de playa para ti solo, por que los guiris no salen mucho de su recinto y al panameño de por aquí no parece emocionarle lo de pasar un día en la playa, van un ratín, se bañan y ala, pa' casa.
A parte de elegir el sitio que más te guste y poder bañarte tranquilamente sin tener que buscar tu sombrilla con un gps, puedes darte el gusto de tomarte una cervecilla en Woodies, un bar Canadiense con sus camisetas de Hokey y sus 3 o 4 guiris degustando las bebidas "espirituosas" de la zona.
Si te ves con ganas de andar un poco se puede llegar a Playa Blanca caminando por la orilla, que bueno, efectivamente es más blanca, pero vamos, que tampoco...
El camino es entretenidillo, vas viendo pajaruelos, casitas de pescadores, caracolas QUE NO CONCHAS, palabra que no conviene usar demasiado a la ligera, ya sabéis el doble sentido que le dan aquí, y para saberlo lo que le pasó a un compañero, que se fue a dar un paseito recogiendo caracolas cuando al rato le saluda un paisano y le dice: "qué, ¿Buscando caracolas?" a lo que responde mi compañero: "Sí, y conchas, que aquí las hay bien grandes!". Por suerte no había mujeres en ese momento en la playa para que el pobre paisano se escandalizara.
Y que mejor manera de celebrar que has llegado a Playa Blanca que tomarse una cervecita en un chiringuito, que aunque sabes que al pagar te vas a acordar de lo blanca que era la playa, merece la pena la vista de postal.